Alejandro y María Laura: lo que la Dana no se llevó
El dúo peruano lo perdió casi todo materialmente en su casa de Paiporta (Valencia), menos el amor, la música, las raíces, la inspiración y la sensación de haber vivido también una experiencia de solidaridad y generosidad humana en medio del dolor y la destrucción.
Por: Emma Cadenas
“¿Conoces a Alejandro y María Laura?”, me preguntaba Carolina Trujillo, comunicadora, mujer de radio y melómana colombiana radicada en Valencia. Confesé que no. “Pero ¡cómo es eso, si son peruanos! No sabes lo que te pierdes, son extraordinarios como músicos y como personas”, resumió el expediente mi amiga y colega.
Me consta que Carolina tiene gustos musicales exquisitos, minuciosos, y no dispensa elogios como caramelos en Halloween, así que me clavó la lanza en el costado con su reseña.
Recordaba haber escuchado sostenidamente sus nombres cuando vivía en Lima, apenas reentrada en los territorios
musicales, pero había permanecido demasiado tiempo como una afuerina, peleada más de una década con la música, y me
costaba muchísimo abrir las ventanas para ver nuevos horizontes con los oídos. No me dio tiempo la vida para, como yo hubiera querido, reconectar con más propuestas de música de autor peruana, antes de cruzar el Atlántico y llegar a estas orillas del Mediterráneo.
Pero la fortuna me permitió coincidir con ellos en este mismo rincón del planeta, aunque el momento de conocerlos se produjo alrededor de circunstancias más que difíciles: la DANA de fines de octubre de 2024.
Había coincidido con María Laura brevemente en el escenario de El Volander, de modo que una cadena humana preocupada por ellos creyó que como peruana yo tendría mejores señas de su situación. La pareja vivía en Paiporta, una de las zonas más afectadas por el desastre, lo vivieron descarnadamente.
Se multiplicaron los mensajes de ida y vuelta para saber de ellos, porque en el tiempo que llevan aquí en España –casi el mismo que yo– han cosechado una gran red de admiración y cariño. Finalmente, se supo que estaban a salvo los tres, Alejandro, María Laura y Aurora, su niña. Alivio a pesar de saberse que lo habían perdido casi todo.
Lo que la Dana no se llevó
«La Dana nos afectó de manera material; sin embargo, muchas cosas se pueden recuperar”, explica con calma ya María Laura. “Con ayudas, con el dinero del seguro, con dinero del crowdfunding que hicimos, pudimos recuperar sobre todo el equipo profesional con el que ya estamos trabajando otra vez”.
Eso no fue lo más difícil, sino tener que abandonar –de momento– ese espacio que se iba haciendo cada vez más suyo,
cambiar de colegio a la niña y ver partir objetos con enorme valor personal y emotivo: “Fotos, por ejemplo, y los cuadernos de dibujos de nuestra hija”.
“La recuperación personal y familiar la estamos trabajando con terapia, principalmente”; el mar de la Malvarrosa –el barrio litoral valenciano a donde se han mudado provisionalmente–, el Sol, la cercanía con los amigos, con la familia, todo eso también ha formado parte de ese proceso sanador, comenta Alejandro. “Un proceso, lento, largo”, precisa.
Los primeros días la música calló, ahogada por la inundación, recuerda María Laura. Se impuso el silencio. Solo se escuchaban las noticias. Las malas noticias. Costó decidirse a poner por primera vez aquella música que solían escuchar en el auto para devolverlos a alguna normalidad. Entendieron como una señal que su guitarra acústica fuese
de las pocas cosas que se hubiesen salvado. “Había flotado sobre uno de los sillones. Quién diría que gracias ese sillón que habíamos pensado botar porque era de los propietarios anteriores, nuestra guitarra se salvó”.
La tercera noche desde la pesadilla, hospedados pisos arriba por sus vecinos sacaron ese instrumento y cantaron una canción, recuerda Alejandro. “La música nos sostiene y nos sigue sosteniendo”. Por supuesto, el proceso sanador
dio un salto cualitativo en cuanto, esa experiencia se transformó en nueva creación musical. Lo confirma María Laura: “Hacer canciones es lo que termina el proceso. Ahora estamos muy inspirados, muy productivos, y tenemos muchas ganas de empezar a mostrar esas canciones nuevas”.
No obstante, eso no implica necesariamente elaborar mensajes específicos o cosa parecida, porque en sí, cuando se produce una tragedia de esa naturaleza, “hay como un sinsentido”, explica Alejandro. “Aunque los tres estamos
vivos y a salvo, se perdieron muchas vidas”.
Una situación de naturaleza tan violenta e inesperada, con la secuela de un panorama desolador, en medio de la cual, no obstante, se pudieron vivir experiencias inspiradoras, señala María Laura: “Dentro de lo más duro, surgió lo hermoso de la gente que fue a ayudar. Eso aparece en las canciones. Alegrías sinceras como, por ejemplo, que una voluntaria encontrase los dientes de leche de Aurora en una bolsita Ziploc. Nuestra hija se emocionó tanto que se puso a llorar. Alejandro estaba tan feliz, no podíamos reerlo. Era una felicidad purísima en medio de esa cosa horrible. Está bueno permanecer con los ojos positivos”.
Y añade Alejandro: “Estamos agradecidos de habernos dado cuenta de que en esencia los seres humanos también somos
sociales, generosos, amables, bondadosos, amorosos. Las personas, la comunidad, los vecinos, la familia, los amigos, en medio de esta sociedad horrible que nos ha hecho pensar en que estamos solos y todo es para uno mismo. Nos gustaría hablar de la importancia de la comunidad y de la generosidad”.
Dualidad Cultural
Llegaron hace dos años a España, después de haber vivido otros dos años en México. Si se lo decían, no hubiesen creído antes que los papeleos migratorios iban a ser más difíciles en ese país latinoamericano que aquí. Felizmente
cuentan con pasaporte europeo y eso ha facilitado las cosas, frente a tantas amistades que la pasan del color de la hormiga al respecto.
Aquí se han abierto muchas puertas para presentarse y ofrecer conciertos. Sienten que aún se encuentran en etapa exploratoria de la escena, porque no son los mismos los públicos y circuitos de Valencia que de Madrid o Barcelona, y pese a que vienen recorriendo el territorio español de arriba abajo, sienten que les falta conocer todavía muchos pueblos y ciudades, para lo cual compartir idioma ha sido una ventaja, aunque también se van presentando en otros espacios como Reino Unido o Alemania.
“En esos casos, agarramos cinco canciones, abrimos para algún artista más famoso, y al final vamos puramente a lo musical, ¿no? Pero es rico cantar en tu idioma y sentir que te entienden. Hay muchas similitudes con España en sensibilidades”, Alejandro entiende que hay un puente tendido con América Latina. Además, que la condición de migrantes pone a flor de piel las raíces propias.
“Sin ser académicos o estudiosos de ningún tipo de folclor latinoamericano, solo desde lo empírico, hay algo ahí que sentimos desde el groove, desde el ritmo, desde la sensibilidad musical”.
En ese sentido, María Laura recuerda que, en un concierto en Valencia, los acompañaron tres bailarinas de Casa Perú Valencia con trajes típicos y todo. “Fue tan emocionante tener esa conexión con nuestro país aquí, donde hemos establecido muchos vínculos con amigos, con gente de Perú. Es muy bonito”.
Pero como sucede a todos los migrantes, también vamos echando raíces, asimilándonos a la forma de vivir y ver la vida del lugar en que recalamos. “De la cultura española hay diversas cosas a la que nos estamos adaptando. Una de ellas es la siesta. Es parte de la cultura del placer”, afirma María Laura. “Como peruanos, tenemos esa cultura en la comida, la cocina, pero aquí se complementa con respetar el descanso, disfrutar el tiempo libre. Y como artistas es muy beneficioso, porque las canciones, la creación, nos sale siempre de un sitio de relajación primero.
Culturalmente esa cultura nos permite estar así, un sitio de privilegio que sabemos que no siempre es la realidad de todos los artistas o músicos”.
Es un enriquecimiento que no pierde la conexión con el Perú y su cultura. María Laura comenta que intentan viajar con frecuencia al terruño, una o dos veces al año, para dar conciertos y colaborar con artistas amigos a los que
extrañan mucho, a su banda. Lo propio, reciben amigos aquí en España, entre ellos muchos que han decidido también migrar, buscando nuevas oportunidades:
“Lamentablemente, digo, porque el Perú está exportando gente talentosa que podría estar haciendo cosas increíbles allá”. Alejandro complementa: “Lo que dice María Laura es que hay como una sensación agridulce, estar fuera y decir: ‘wow, bien, estamos abriendo nuevas puertas, hay nuevas oportunidades’, pero al mismo tiempo: ‘¿y por qué no puedo hacer esto allá’. Estamos en esa dualidad constante”.
Mutua admiración
La pareja empezó cantando junta hace 17 años, en la Pontifica Universidad Católica del Perú, donde estudiaban, él comunicación audiovisual y ella teatro. Confirman que la música fue siempre un ámbito de relación, aunque no hubiese aún el dúo. Solo colaboración artística en sus respectivas especialidades, lo que les permitió darse cuenta de que tenían una buena química.
El dúo no fue algo planeado. Disfrutaban hacer cada cual música por su cuenta. Pero surgieron las oportunidades en restaurantes, incluso en el extranjero cuando realizaron un viaje a los Estados Unidos. No tener expectativas permitió que el proyecto creciese y se fortaleciese en una dinámica de libertad. Compartían y comparten influencias musicales. Se han dejado influenciar mutuamente. Cada uno sabe lo que gusta y emociona al otro, y a partir de eso como familia se han dedicado a estudiar las influencias particulares de cada cual, para compartirlas ahora con
su hija, volverlo una práctica cotidiana.
María Laura recuerda por ejemplo que cuando conoció a Alejandro escuchaba todo el tiempo un álbum de Nina Simone y otro de Joni Mitchell, y también uno de Jorge Drexler, mientras que Alejandro escuchaba mucho a Spinetta. Al principio no conectaba tanto con lo suyo, pero luego se volvieron gustos adquiridos. Y para Alejandro, eso los ha vuelto mejores como familia y como pareja.
“Componer juntos es como una terapia, pero no es una terapia, sino como algo complementario a una terapia, que nos hace mucho bien. Por eso la música en gran parte nos salvó de esa experiencia terrible de la inundación. La música nos salva una y otra vez. Nos salva de estados anímicos, bajones, migraciones, procesos duros”.
Y María Laura reitera: “Estamos mejor emocionalmente, nos sentimos mejor con nosotros mismos, salimos de lo automático, observamos todo, estamos más conscientes de lo que nos rodea, de las personas”.
Como pareja, sienten haber llegado a un espacio de tranquilidad, de apertura, de comodidad, que nace de la admiración mutua. Recuerda María Laura a su mamá diciéndole “si hay algo que no te gusta de tu pareja, después va a ser peor, pero no sé, veo a Alejandro por ejemplo, agarrar un libro y descubrir y de pronto algo que era un hábito es capaz de cambiarlo, o comprar una cámara de fotos y zambullirse en la fotografía, está en constante aprendizaje y eso es algo que admiro mucho de él. Es un aprendizaje continuo que nos mantiene enamorados de la vida y el uno del otro”.

Entre dos Hemisferios
Como no podía ser de otra manera, de muchas formas su último disco encarna esos procesos. Las migraciones internas y externas, las nuevas etapas.
Ocurrió antes con su disco Madre Padre Marte, que reflejaba la experiencia de ser padre y madre recientes, y por eso la portada de un tornado. “La maternidad y la paternidad nos atravesó, nos fulminó”, recuerda María Laura. Pero ahora Dos hemisferios “es un disco en que volvemos a vernos como pareja, ahora con nuestra hija más grande, ya sin pandemia, en un contexto mucho más amable, en un momento de nuestra vida contentos, completos y felices”.
Lo grabaron al estilo antiguo, con menos líneas, menos micrófonos, menos cabinas. Todos casi al mismo tiempo en el mismo cuarto. Con muy poco trabajo de posproducción. “Salvo una canción, se grabaron todas en el mismo espacio en simultáneo. Muy orgánico, con algunos pocos elementos electrónicos muy sutiles, alguna máquina de ritmo, pero la esencia son instrumentos acústicos y las eléctricas no han ido por línea, todas por amplificador”, Alejandro explica los detalles técnicos. Es un disco orgánico, en que las sutilezas de sus voces dulces y sus líricas sensitivas adquieren nuevos relieves.
No va con ellos la idea de “enganchar” que prima en la escena actual. No porque les disguste, pero les convoca más “las melodías viejas, largas, esas que parece que no van a terminar nunca y que te hacen esperar e incentivan tu
paciencia y tu escucha”, sentencia María Laura. Para Alejandro, lo pegajoso es como un chicle en el zapato: “Mejor sacarse el zapato y meter el pie en el mar. La metáfora fue muy lejos, pero digamos que no soy fan de lo pegajoso. Lo entiendo, sobre todo en esta época en que los mainstreams mandan, pero creemos en algo distinto. Esa ha sido nuestra maduración como compositores, ir a lo más personal y menos inmediato”.
Sin que hubiese manera de proponérselo, casi premonitoriamente, Dos hemisferios tuvo más de una canción que podría haberse tomado por grabada luego de la DANA.
Una de ellas se llama “Fuimos tan felices”. María Laura relata que Alejandro la escribió nostálgico por su niñez y pensando en su familia. En un momento dice “casi nos ahogamos” y “perderlo todo a la vez”. Cuando volvieron a escucharla y a cantarla, la sensación fue rarísima. “Sobre todo en España”, relata Alejandro, “porque la mente colectiva se va a celebrar ser sobrevivientes de la DANA, a cantar de que casi se ahogaron, pero le digo a María Laura que está bueno también preservar el sentido original”.
María Laura responde: “Mientras vayamos viviendo –porque espero que nos pasen cosas bonitas también– los significados de las canciones van a seguir mutando”, Ya están pensando en un nuevo álbum, hay dos canciones nuevas
que están a la espera de tiempo disponible para entrar a estudio, y otras tres más en la lista. Pero de momento, muchos conciertos en la agenda. Acaban de abrir el concierto de Melendi en Valencia, por ejemplo. En agosto, antes de que esta entrevista vea la luz, ya habrán estado en Polonia.
También en muchos otros escenarios al interior de España. Pero el proyecto más emocionante es regresar a su casa en Paiporta.
“Vamos a volver a habitarla”, cuenta María Laura con entusiasmo. “Ya está reformada y ahora veremos cómo nos sentimos”.
