El apocalipsis de Cipriani y del Sodalicio

El apocalipsis de Cipriani y del Sodalicio
Juan Luis Cipriani, ex cardenal del Perú

Dos casos de acusaciones por acoso sexual sacuden el ultraconservadurismo católico latinoamericano y mundial, con las sanciones papales contra uno y la disolución del otro. Habla José Enrique Escardó, la víctima que peleó durante veinticinco años para que la Iglesia atienda las denuncias por abusos sexuales y psicológicos a 36 sodalités.

Por: Emma Cadenas

Como si les hubiesen caído las siete plagas de Egipto, los sectores conservadores y ultraconservadores de la Iglesia Católica latinoamericana y mundial fueron sacudidos por dos noticias estremecedoras al finalizar el primer mes de 2025.

Por un lado, la revelación periodística del diario El País de España sobre las verdaderas razones del alejamiento y exilio del excardenal peruano Juan Luis Cipriani, figura sobresaliente del Opus Dei, sancionado en 2019 por el Papa Francisco debido a graves acusaciones de pederastia; y por otro, el anuncio oficial de la disolución del Sodalicio de la Vida Cristiana, tras la dura batalla de un cuarto de siglo que han sostenido las víctimas de abuso sexual y psicológico en esa agrupación por ser atendidos por las autoridades eclesiásticas y se les hiciese justicia.

En tiempos en que los bulos y fake news proliferan incesantes, SOMOS LATINOS ha querido establecer las principales coordenadas de ambos casos y una mirada que permita comprender su dimensión, gravedad y proyección.

EL CARDENAL CAMILO CIENFUEGOS
La figura de Cipriani –un alfil de Juan Pablo II en América Latinano ha dejado de ser controversial desde los años 90. Su cercanía con el fallecido autócrata Alberto Fujimori databa de sus días como obispo de la conflictiva zona de Ayacucho y se afianzó cuando asumió el arzobispado de Lima en 1995. La afinidad entre ambos se hizo patente durante la crisis de los rehenes del MRTA secuestrados en la residencia del embajador japonés, pues como mediador del Vaticano aceptó y asumió secretamente un rol activo en la estrategia militar de liberación, la operación Chavín de Huántar, en 1998.

Al caer Fujimori, le saltaron varias acusaciones. Una de ellas, en el contexto del informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), de haber coordinado de modo permanente con las autoridades político-militares en Ayacucho y haberse hecho “de la vista gorda” frente a los atropellos contra sectores de la población so pretexto de la guerra antisubversiva, así como de haber hostigado personalmente a los sacerdotes jesuitas de la región. Fue entonces que se recogieron unas palabras suyas de inicios de los años 90 a la revista Caretas sobre los derechos humanos, que él ha negado: “Son una cojudez” (una tontería), dijo.

El exdiputado aprista Alberto Valencia recordaba en un artículo otras perlas de Cipriani en sus homilías en Ayacucho. Esta es la lista de sus “pastorales”: “A los terrucos hay que darles de su propia medicina”; “Los Santos Evangelios no se oponen a la pena de muerte”; “Ya estoy harto de los arrepentidos”; “Todas las comunidades han tenido su entripado con Sendero”; “Ustedes lo único que saben es pedir”; “Los políticos son unos pícaros”; y “Los periodistas son unos pendejos”.

Amén de eso, y de la comprobada acusación de plagio de textos de los papas Paulo VI y Benedicto XVI, que él intentó torear diciendo que los textos de la Iglesia no pertenecen a nadie (al final, igual le quitaron su columna en el diario El Comercio), no se supo nada de la acusación de pederastia que reveló El País. Sí destellaron algunas luces rojas en 2013 cuando defendió a Gabino Miranda Melgarejo, entonces obispo auxiliar de Ayacucho y cercano al Opus Dei, acusado de abusar sexualmente de una novicia y un monaguillo de 14 años. “No hagamos leña del árbol caído. Las personas tienen derecho a defenderse”.

Y en 2016 cuando, en su programa semanal Diálogos de Fe, en la emisora Radioprogramas del Perú, afirmó: “Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas, sino porque, muchas veces, la mujer se pone, como en un escaparate, provocando”.

Cuarenta y dos años tuvieron que pasar para que se conociese la grave acusación contra él. Pero antes de El País, el periodista Pedro Salinas lo había consignado en su libro Sin noticias de Dios (2022) identificando a Cipriani como “monseñor Camilo”, y antes aún, en 2021, Jaime Bayly lo relataba en una crónica de autoficción titulada “Te voy a pedir un favor” para el diario Peru21, en que llama al acusado “cardenal Cienfuegos” y revela algo estremecedor: él mismo había sido víctima de tocamientos indebidos por parte de otro sacerdote, a quien llama “Tristán”, abusos en los que su madre no creyó y sobre los que le obligó a callar, según el escritor.

El sábado 25 de enero de 2025, El País publicaba –salvo el nombre de la víctima, que prefiere el anonimato– los pelos y señales del caso. Cipriani fue acusado de realizar tocamientos a un menor en 1983 en un centro del Opus Dei en Lima, pero la denuncia no prosperó hasta 2019, en que llegó al Vaticano y procedieron las sanciones. De inmediato, ese mismo sábado, Cipriani respondió a El País con una carta en que niega por supuesto los hechos y haber conocido alguna denuncia o recibido algún castigo. Pero el propio Opus Dei en Perú le enmendó la plana de inmediato en un comunicado en que lamenta no haber oído a la víctima cuando esta acudió a la organización en 2018, antes de verse forzada a apelar al Papa, y reconoce que hubo un proceso hacia Cipriani que acarreó penalidades.

Información publicada en el diario El País, de España.

El domingo 26 de enero, el Vaticano también desmintió a Cipriani, detallando las sanciones: su retiro, residencia fuera de Perú, prohibición de realizar declaraciones públicas y de usar símbolos cardenalicios. El lunes 27, aunque no directamente, hizo lo propio el arzobispo de Lima, Carlos Castillo. La propia Conferencia Episcopal se sumó, lamentando la revictimización del afectado. Ante tan abrumadoras evidencias, a Cipriani no le quedó más que admitir las sanciones, aunque declarándose inocente de las acusaciones y matizando su versión sobre no haber conocido el caso a tiempo. “Supe, pero no recibí”, dijo ahora.

Quizás todo habría seguido en discreto silencio un tiempo más si Cipriani no hubiese caído en la tentación que su amigo, el ultraconservador alcalde de Lima Rafael López Aliaga, le tendió delante, para que recibiese la Medalla Orden al Mérito en el Grado de Gran Cruz en acto público. El pecado de la vanagloria. Cipriani afirma que ya le habían levantado la prohibición de ir a Perú, pero el Vaticano lo ha negado.

LA HERMANDAD OPUS-SODALICIO
Tan poderoso como el Opus Dei ha sido y es en Perú el Sodalicio de la Vida Cristiana, fundado en 1971 por Juan Fernandi Figari, hoy “desaparecido” de la vida pública y sin paradero conocido. ¿La razón? Las incontestables denuncias que recibió él y otros dirigentes por parte de una treintena de víctimas de abusos sexuales y psicológicos, encabezadas por el periodista José Enrique Escardó. Públicamente, el hijo del fundador de la desaparecida revista Gente, profesor de periodismo de varias generaciones, emprendió un duro camino en busca de justicia. A cambio recibió toneladas de inmundicia mediática a través de las redes sociales, amenazas, difamaciones, en una revictimización brutal.

Dejó de estar solo cuando en 2015, los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz publicaron Mitad monje, mitad soldado, libro que recoge treinta testimonios y otras investigaciones sobre la poderosa organización laica católica. Cuatro años después, el Vaticano anunció la intervención del Sodalicio a raíz del pedido que pidió prisión preventiva para varios miembros y ex miembros de la organización, entre ellos Figari, por parte de la Fiscalía peruana.

En 2023, el Papa –que ya calificaba al Sodalicio como una secta– envió dos inspectores especialistas en este tipo de casos. Un informe concluyó que unas 36 personas, 19 de ellas menores, habría sido víctimas de abusos sexuales entre 1975 y 2002.

Entrevistado por SOMOS LATINOS, José Enrique ofrece un panorama de lo ocurrido y tiende los vasos comunicantes entre el caso Cipriani y el del Sodalicio.

“La supresión no es un acto, un hecho aislado, sino un proceso”, aclara. “Ahora toca supervisar ese proceso poniendo a las víctimas en el centro, que fue lo que hablé con el Papa”. La reunión entre Escardó y Bergoglio se produjo el 28 de enero de 2025, cuando humeaban aún los pábilos sobre el caso Cipriani.

“Lo que más me sorprendió de esa conversación fue que me dijo: ‘Lo que tú le pidas a Bertomeu (que es el comisario
encargado de la supresión) yo lo voy a firmar’. Eso significa que tiene muy claro que las víctimas deben estar al centro.

Otro punto importante es cuidar a las personas que siguen en el Sodalicio y que tienen mucho dolor ahora por lo que está pasando. No podemos permitir que estas personas se conviertan en nuevas víctimas”, Escardo refiere que de los veinte mil sodalités en el mejor momento de la secta, en la última reunión en Brasil solo se reunieron unos cien.
“Yo planteé al Papa un consejo de sobrevivientes”, indica.

A estas alturas, tras un cuarto de siglo bregando por justicia y el crucial viaje a Bruselas y a Roma, José Enrique se siente extenuado. Física y emocionalmente. Se dará un descanso de momento, pero no por mucho. No se puede bajar la guardia; las resistencias a que se revelen esta clase de abusos persisten y arrecian, porque no es una mera cuestión de fanatismo: hay mucho más en juego.

“El Sodalicio es un imperio no solamente religioso, sino también económico y político, vinculado a las más altas esferas empresariales y políticas. El cura Jaime Vertel, por ejemplo, es una de las personas más influyentes en el Perú, pero como anda en la sombra, nadie se da cuenta. Fue asesor espiritual de Alan García cuando era presidente, se mueve a ese nivel. Es socio de negocios de López Aliaga, mete gente en el Congreso a través del fujimorismo, a través de Renovación “Medieval” (sic). Están en todas partes, y si metes la variable Cipriani, no parece algo muy espiritual, ¿no? Están molestos, pero no porque su catolicismo está siendo enfrentado, sino en realidad por temas económicos y de poder”.

¿Ha temido Escardó enfrentar ese poder? Por supuesto. Le han llovido amenazas, incluso de agredir sexualmente a su hija, y las recomendaciones de los amigos de dejar el país, pero considera que eso no lo debe paralizar, pues ya se dedica a esta causa al ciento por ciento. “Y lo voy a seguir haciendo”.

José Enrique Escardó.

Sobre las coincidencias entre el caso Cipriani y del Sodalicio, señala: “Hay una conexión, porque además de ser dos organizaciones religiosas dentro de la Iglesia Católica que representan el conservadurismo más rancio, hay una amistad muy cercana entre Cipriani y, especialmente, Eguren, obispo del Sodalicio que ha sido expulsado también y quien cuando Cipriani era arzobispo de Lima fue su obispo auxiliar, su número dos. Salen en fotos juntos, y cuando vino a Lima Juan Pablo II por segunda vez, fue el Sodalicio quien se encargó de muchas coordinaciones. Hay una cercanía”.

Pero eso que podría parecer una simple colaboración, habría sido también una complicidad. “Desde su posición como arzobispo de Lima, Cipriani fue uno de los principales encubridores del Sodalicio desde hace 25 años, cuando comencé mis denuncias. Él las conocía, yo se las enseñé, y desde entonces comenzó a presionar para que se quitara publicidad a la revista en que yo escribía. Eso y un montón de cosas más a lo largo de los años”, consigna.

Añade un detalle revelador: “Él era el moderador del Tribunal Eclesiástico en Perú cuando se presentaron las primeras denuncias contra Figari por abuso sexual, que fueron tres. Se supone que, como moderador, debía trasladar esas denuncias al Vaticano. Muchos años después, cuando propio Sodalicio fue a Roma a ver si las denuncias estaban allá, se comprobó que no: nunca habían llegado”.

Sobre la denuncia contra Cipriani, advierte que la víctima está siendo presionada por miembros de Opus Dei, familiares y amigos supernumerarios que le insisten para que se retracte. “La víctima no quería ningún escándalo ni que sancionen a Cipriani ni nada, solo quería que no pudiera votar por el siguiente papa en ese momento. Y quería no verlo en el Perú ni que estuviera visible, porque eso lo revictimizaba. Es lo único que pidió”, explica.

Pero ¿son suficientes las sanciones eclesiásticas para hechos de naturaleza criminal? ¿Hay posibilidad de, más allá de las reparaciones, los culpables paguen con cárcel como cualquier ciudadano común, sobre todo después de la prescripción?

“También soy presidente del Movimiento de Valientes Latinoamérica del Caribe, en que trabajamos dieciocho sobrevivientes de distintos tipos de violencia, no solo eclesial, en quince países de Latinoamérica. Hemos notado que uno de los grandes problemas para acceder a la justicia proviene de las leyes de prescriptibilidad del delito.
En algunos países todavía persiste la prescripción. En otros–como Perú desde 2018– ya no prescriben. Pero debemos lograr que la imprescriptibilidad sea la norma en toda Latinoamérica, porque para el delincuente el delito puede tener un tiempo vencimiento, pero para la víctima no, señala.

También trabajarán para que estos delitos sean clasificados como de lesa humanidad. “Al serlo, no prescriben. Queremos replicar lo que hizo Brisa de Angulo, la persona que me acompañó al Vaticano. Ella demandó al Estado boliviano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2022 y ganó. Y esa sentencia es de aplicación obligatoria no solo para el Estado boliviano, sino también para los 23 países firmantes del Pacto de San José, incluido Perú.

También planeo hacer eso ahora frente a la Corte Interamericana, demore lo que demore. Por eso los conservadores de ultraderecha, los ‘cristofacistas’, quieren que Perú se vaya de la Corte, porque saben que todo eso puede pasar”.

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