Perú en “guerra de tronos”
La historia política del Perú está marcada por episodios tan absurdos como insólitos. Uno de estos periodos es, definitivamente, el año 2024, que quedará registrado con el estigma de la oportunidad perdida. El país cierra el año con una economía relativamente estable y grandes obras con proyección que podrían convertirse en el estandarte de esa locomotora que necesita para lograr su ansiada reactivación; sin embargo, no sale del hoyo de la inestabilidad política que tiene a sus autoridades enfrentadas en una suerte de guerra de tronos.
Por: Gerardo Porras
Corresponsal en Lima – Perú
El año que se va nos hace recordar periodos como el de la prosperidad falaz (1845 – 1872), como lo definió Jorge Basadre, cuando los ingentes recursos generados por el guano fueron despilfarrados en burocracia y campañas militares. O el encierro por la pandemia del COVID-19 que paralizó al mundo. Esta vez, las izquierdas y las derechas, especialmente las radicales, se han enfrascado en una batalla que ha arrastrado a la inacción a un Poder Ejecutivo débil y extremadamente dependiente del Congreso de la República.
En 2024, con una proyección de crecimiento de 3.2 %, la economía peruana se fue recuperando de la contracción del año previo, afectado por los fenómenos climatológicos adversos, las protestas sociales y la disminución en la confianza empresarial. Se dieron las condiciones propicias para el despegue, pero fueron desperdiciadas. Las cifras auspiciosas de la macroeconomía no repercutieron en los bolillos de la población, especialmente de los sectores más pobres. No se mejoró el nivel de vida, se redujo mínimamente la pobreza (entre 2% y 3%) y el crecimiento del empleo apenas llega a 0.2%.
La segunda preocupación de los peruanos es la violencia y criminalidad, pues el país es acosado por bandas de extorsionadores y sicarios que han convertido al cobro de cupos en la modalidad delincuencial más rentable. A escasos días de finalizar el año, el Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef) había registrado 1962 asesinatos en el Perú, una cifra que ya superaba en 30 % a la del 2023. Los estados de emergencias, el apoyo de las Fuerzas Armadas a la Policía Nacional y los operativos “para las cámaras de televisión” no han dado resultado. Todo sigue igual.
Pero esa neutralización del Gobierno no solo es producto del acoso de los partidos políticos y un sector de la prensa, especialmente de la extrema derecha -también de la izquierda caviar-, que ve en la presidenta Dina Boluarte la continuación del régimen de Pedro Castillo no solo en su pensamiento y acción, sino también en el color de su piel. La parálisis del Ejecutivo también es consecuencia de la ineptitud y la corrupción en el aparato estatal.
Los ministros han demostrado más de una vez su incapacidad y hasta falta de sentido común. El ministro de Educación será recordado por decir que los abusos sexuales contra niñas en la Amazonía son “prácticas culturales”. El ministro del Interior defiende operativos policiales falsos y se vanaglorió de la captura del número 2 de Sendero Luminoso, cuando en realidad el detenido era un obrero que no tiene problemas con la justicia. Y el ministro de Economía sale a decir que la informalidad laboral se debe a que hay pocos jóvenes que han estudiado una carrera técnica o universitaria, cuando se sabe que ese problema es producto de la informalidad empresarial y la disminución de la inversión privada.
En 2025 continuarán las pugnas por las cuotas de poder y, como tendremos un año preelectoral, se agudizará la atomización de partidos políticos, pues hay cerca de 40 agrupaciones aptas para participar en las elecciones del 2026 y podrían llegar a 60. En medio de esta pelea de todos contra todos, será más complicado para el Gobierno corregir sus errores y enmendar el rumbo. Por el bien de los peruanos, esperamos que lo logre. Porque, por ahora, no vamos a un buen puerto.