Sebastián Vitola, salvado por el arte

Sebastián Vitola, salvado por el arte

Artífice de la aventura llamada Kafcafé, junto con su compañera Checha Díaz. El uruguayo fan de César Vallejo encabeza un espacio emblemático de la movida poética y de la música de autor en Valencia.

Por: Emma Cadenas

Al caer la tarde, una extraña y variopinta feligresía se amotina los martes y los jueves en el Kafcafé de Benimaclet, uno de los barrios más bohemios y artísticos de Valencia. Acude como convocada por campanadas inaudibles que obran el milagro de reunir espíritus díscolos, rebeldes, inclaudicables, una manada –y nunca un rebaño– hambrienta y sedienta de música, de poesía, para compartirlas a dentelladas jubilosas.

A la puerta, frente a la terraza, mandil a la cintura, Sebastián Vitola frunce el ceño, reniega, bromea, vigila los pedidos, acoge a los artistas con alguna frase de descuidado cuidado –“¿Qué pasó, qué hacés, cómo vamos?”– , todo a la vez con su estilo cáustico, su acento uruguayo como una yerba mate irrenunciable mientras pasa lista con la mirada desde el rabillo del ojo a la barra que se va poblando.

Mide sus palabras al comienzo con los y las artistas recién aterrizadas en sus predios, ausculta intenciones y vibraciones con prudencia, porque a pesar de que como todo negocio si no se llena no hay gracia, se esmera en que en ese recinto la poesía y el arte fluyan tanto como los cafés y las cervezas. “Así que peruana, como el cholo Vallejo, ¿eh? En Perú hay mucha buena poesía, tengo varios amigos poetas peruanos, ¿conocés a Domingo de Ramos?”. Y quién no, le repliqué aquella primera vez en que recalé para escuchar a Antonio José Iglesias –ex Toreros Muertos– y José Luis Albacete Hablant de Dones | Hablando de mujeres. “Vení los martes, apuntaté en la lista si querés”, fue hace dos años, cuando todavía yo no calibraba bien el peso de lo que se había gestado en ese escenario con pinta de biblioteca casera.

Todavía regentaba los micros abiertos musicales David Sales, de la famosa plataforma Sesión de Micros Abiertos (SdMA), que ha puesto en los smartphones de habla hispana la música en acústico de decenas de cantautores hoy consagrados, como Jorge Drexler, el Kanka o Rozalén, Rupa Rupa, El José, entre otros. “Fueron unos años muy fructíferos, tocaban aquí cantautores que ahora están en otras ligas”, nombra a los referidos, añade a Pedro Guerra, a Carlos Chaouen. Yo agrego a Fernando Cabrera. Pero la historia no empezó ahí.

En realidad, los libros fueron antes que la música, y sí, el Cholo Vallejo por medio. “Lo nombro a menudo porque para mí es un referente: fue uno de los primeros poetas que leí, descubrí la poesía gracias a él, con Poemas Humanos, un poemario extraordinario, de los mejores”.

Sebas y su compañera Checha.

Sebas y su compañera Cecilia “Checha” Díaz estuvieron siempre enamorados de los libros y la poesía, y por eso, cuando decidieron cruzar el Atlántico para llegar a España, directamente a Valencia, no pasó mucho para que la idea de montar una librería asomara en el horizonte, específicamente después de conocer a Gonzalo Lagos, un argentino cordobés que había quedado desempleado también. “La idea fue montar una librería de segunda mano. Conseguimos un pequeño local en la calle arquitecto Arnaud, en Benimaclet. Si me gustara el fútbol, habría puesto un bar de fútbol con una pantalla, pero no es el caso, así que quisimos juntar a poetas y a pintores. Una cafetería literaria en el espíritu de lasantiguas cafeterías”. Es decir, un espacio para conversar y conspirar, artísticamente hablando.

Sebas habla de cómo se han mantenido firmes en su propósito de predicar con el ejemplo, que ese fue su norte desde el comienzo. Ahí está la evidencia del nombre, Kafcafé, y la alusión no hay que explicarla. Por eso, de cuando en cuando, si le hierve la sangre de poesía, trepa al escenario, por lo regular acompañado de su compinche Rodrigo Villagrán a la guitarra, y suelta versos candentes, ora rabiosos y punzantes, ora melancólicos como una milonga.

Pero no solo en la tarima del Kafcafé: lo vi en el último festival Vociferio con su proyecto Chino Tuerto Colectivo, con el que religiosamente se reúne los lunes a soltar versos y acordes, aunque sin pretensiones. “Me gusta la poesía, pero también la música y pintar. Al final es la misma obra. Lo que más me gusta es el proceso creativo. El trabajo final no es de mucha importancia para mí. Y como no sé cómo presentarme, prefiero seguir caminando y trabajando solamente”.

En aquel primer Kafcafé, Sebas y sus apandillados lograron juntar no solo a poetas, sino a toda clase de artistas: “Había fotógrafos y hasta Agrónomos Sin Fronteras hacían sus charlas. Era un hervidero de gente, músicos con ganas
de tocar. Lo curioso es que todos terminamos en la plaza aquel legendario 15 M”. Yo no conocí ese mítico recinto, pero los que saben cuentan que las almas sedientas de poesía aparecían cada semana en aquel espacio más largo que ancho, como un gran callejón, y se sentaban en el piso si era necesario. Hoy, el segundo Kafcafé tiene otra impronta.

“Es diferente, pero también es hermoso. Ha cambiado porque nosotros también hemos cambiado. El otro tenía su encanto de oscuridad, pero acá hay luz. Y ahora quiero luz. Ya estuve mucho tiempo en Mordor”.

En la terraza, no solo revolotean jóvenes ahora, sino niños con sus padres, esos que antes iban solos a beber unas cervezas al bar. Todos han crecido, han hecho vidas, hay nuevas generaciones, pero el espíritu sigue siendo el mismo. “Con la pandemia hubo un quiebre. Se fue mi socio, que era la cara visible, pero la Checha ha estado siempre en la gestión de la agenda, además de la decoración, de estar en contacto con los músicos, los artistas. Debo decir que en Kafcafé, el ochenta por ciento es ahora ella”.

Pero además de los lugareños del entrañable barrio valenciano, arriban cada martes y jueves artistas y públicos de toda España, de América Latina y de distintos lugares del mundo. Hechas las sumas y restas en estos dieciséis años de impulsar la poesía, la música de autor y el arte en Valencia, Sebas no cae en concesiones.

“No digo que las nuevas generaciones sean ni mejores ni peores, son diferentes. Pero sí debo decir que la peña de antes, cuando se comprometía, cumplía; y venía sin mucha pose. Claro, no había tantas redes sociales, y por eso había menos postureo.

Ahora es diferente. Aunque debo decir que, si algo resalta nítidamente, tanto entonces como ahora, es el trabajo de las cantautoras, de las mujeres.

Mientras los chicos a veces hacen pelotudeces o están más preocupados por el pelo, por la estética, las mujeres han hecho y están haciendo una canción de autor más seria, con un público que viene con muchas ganas de escucharlas”.

Descarta que se trate solo de un auge feminista en el sentido militante. “Las chicas estaban haciendo cosas muy interesantes desde hace tiempo, no solamente con las letras de las canciones, sino también con la manera de tocar la guitarra. Ya te digo: Roa Ramos, Eva Sierra, muchas que marcaron la diferencia. Y hay que recalcarlo y hay que darle la importancia que se merece”.

Agudo, deslenguado, juguetón, punzante, solidario. Así se le ve desde fuera, pero Sebas asegura que solo trata de ser lo más auténtico posible. “Seguir fiel a mí mismo”, dice. Y, entonces, otra vez aquello de predicar con el ejemplo.

“Últimamente la música me ha salvado la vida. Yo dejé las drogas por la música y me parece que el arte en general nos hace mucho bien. Me gusta Vallejo por su profundidad para con el ser humano, porque yo lo que tengo es un amor y un odio. Lo cagaría a tiros, pero a su vez somos hermosos también. Tenemos esa ambigüedad. Como dice el tango, la vida es una herida absurda. Entonces, la única luz que yo veo es la música que escucho o cuando leo algo sublime. El ser humano es un fracaso; lo único que nos salva es el arte”.

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