Las utopías de Vargas LLosa

Mario Vargas Llosa es, sin duda, el peruano más ilustre del siglo XX. Sin embargo, su muerte ha despertado en su propio país sentimientos encontrados que van del dolor a la indiferencia y de la veneración al desprecio. Los medios internacionales informaban que «Perú llora a Vargas Llosa», pero en realidad no fue así. No hubo mar de lágrimas ni congoja multitudinaria. Fue un último adiós discreto y frío que circunscribió las muestras de dolor y rendición de honores a la familia y las amistades más cercanas.
Por: Gerardo Porras corresponsal Perú
Nadie puede negar la importancia y valía de la obra de Vargas Llosa, de su reputación intelectual con su membresía en las reales academias —la española y la francesa—, del Nobel y sus muchos otros premios. Pero la verdad es que su vida estuvo marcada por luces y sombras, por un razonamiento lúcido y un discurso brillante, pero también por serias contradicciones y desvaríos. Humano, demasiado humano, diría Nietzsche.
Primera utopía. José María Arguedas era amigo de Vargas Llosa, lo admiraba y lo apreciaba, como consta en diversas cartas que le envió en los años 60 y que recientemente fueron donadas a la Pontificia Universidad Católica del Perú. «Hay en tu alma generosidad e iluminada rebeldía. Ambas cosas surgen de la pasión con que vives. La verdad y el amor con que tocas a nuestros hermanos de todas partes.
Reconozco en ti, con gratitud y esperanza, a la juventud peruana y de nuestra América Indígena (…)», le escribe Arguedas a Vargas Llosa en una misiva enviada desde Santiago y fechada en octubre de 1964. Arguedas le contaba que su amistad lo conmovía hasta las lágrimas.
Arguedas se suicidó en 1969. Y en 1996, Vargas Llosa publicó el ensayo «La utopía arcaica» —sobre la vida y obra del autor de “Los ríos profundos”—, donde confiesa que decidió escribir ese libro porque vio en él un «caso privilegiado y patético». Si bien reconoce los méritos de Arguedas, con su prosa aguda le reprocha con ensañamiento su preocupación por el mundo andino, su lucha indigenista y su posición ideológica. Llega a afirmar que un escritor no debe dedicarse jamás a la política.
No obstante, décadas después viene la primera contradicción: Vargas Llosa, instalado ya cómodamente en la orilla del conservadurismo, decide ser candidato presidencial en las elecciones de 1990 por el frente derechista FREDEMO, a pesar de haberle criticado, años atrás, su militancia política a Arguedas.
La política, como ya sabemos, resultó siendo un total fracaso para Vargas Llosa. Una completa utopía. La publicación de “La utopía arcaica”, por cierto, es una de las principales causas de la falsa enemistad entre Vargas Llosa y Arguedas que se ha creado en círculos académicos progresistas. En realidad, hasta que Arguedas falleció, solo había compañerismo y consideración entre ambos.
Segunda utopía. En el 2012, Vargas Llosa escribió uno de sus mejores ensayos, «La civilización del espectáculo”, en el cual describe la triste y lamentable farándulización de la sociedad. Agrega que en el pasado la cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad, pero que ahora actúa como mecanismo de distracción y entretenimiento. Lo atormentaba la creciente banalización de las artes, la superficialidad de las ideas, la liviandad del pensamiento y la inmediatez y fugacidad del tiempo dedicado a los asuntos verdaderamente importantes.
Se atrevió a advertir que la cultura está a punto de desaparecer. Sin embargo, años más tarde se instaló en España para arroparse en el glamur del jet set, en el que empezó a nadar como un pez en el agua de la mano de su nueva pareja, Isabel Preysler, con la que aparecía muy orondo, con aires de dandi en decadencia, en las portadas de revistas de esa “civilización del espectáculo” a la que había cuestionado en su libro con tanta indignación.
Estas nubes grises en el epílogo de su vida, sin embargo, no opacan la brillante obra literaria de Vargas Llosa, la cual está por encima de todo.